Espace Perecito



(Publicado en el libro de Cephisa Kartonera "Le village" editado en apoyo a los sin papeles de la Place Jaude, en Clermont-Ferrand)

En Argentina hay un músico cantautor cómico, Hugo Varela, que compuso un tango muy divertido que se llama "No hay papel". En la letra del tango cuenta la historia de un caballero que entra en un negocio de corbatas con la única intención de conquistar a la vendedora. No sabemos si logra su conquista, pero si nos relata el señor Varela, que el susodicho sale del negocio siendo poseedor de una bonita corbata de seda color rojo punzó. Al continuar su paseo por el barrio, de repente y sin previo aviso, le agarra unas ganas inconmensurables de ir al baño. Se estaba cagando encima. Entra al bar de la esquina y, apresurado y sin pedir permiso, pasa directamente al toilette. Movimientos bruscos y apresurados. Apretar de dientes. Gotas de transpiración que recorren la sien. Contracción de músculos. Explosión incontenible. Y luego, como después de una tormenta de verano, la tranquilidad, el suspiro profundo y la sonrisa satisfecha del hombre que ha realizado lo que tenía que realizar. Pero hete aquí que en ese habitáculo pequeño, íntimo y frío y en esa situación un tanto incómoda, descubre la triste realidad: no hay papel.
Hay que salir de ese atolladero de alguna manera. ¿Cómo solucionar semejante dilema? ¿Usted se puede imaginar en esa situación?
La única salida es vestirse y en ese estado volver a la casa para poder limpiarse. Prácticamente es como haberse cagado encima. Tenés que caminar como Lucky Luke, sentís que el calzoncillo se te pega al ojete y tenés esa sensación de haberte caído de culo en el barro. Imposible imaginar de sentarse. Sería una catástrofe. Encima te empieza a picar el culo y no querés rascarte para no empeorar las cosas y además tenés la sensación de que algo empieza a chorrear por tu pierna izquierda. Estás tan paranoico que sentís que de tu ser emana un olor a mierda irrespirable, peor del que va a salir del incinerador de Clermont-Ferrand y que todas las personas que están a tu alrededor te miran con cara de asco mientras rajan raudamente lejos de vos.
Bueno, así es como se siente un extranjero sin papeles.
Estamos en septiembre y ya podríamos declarar la muerte del verano auvergnat. En la calle hace frío, está nublado y llueve. Y en la Place de Jaude, viviendo en carpas, con dos bañitos químicos, sin ducha, sin ninguna comodidad, hay 370 extranjeros sin papeles esperando una respuesta afirmativa a su pedido de asilo. Y entre toda esa gente hay unos 180 pibes.
Yo sé lo que se siente estar sin papeles. Por suerte para mí tuvo un final feliz y sólo duró dos días. Pero conocí lo que significa esa pequeña molestia en el estómago.
Había venido para quedarme junto a mi chica francesa durante seis meses. Por el hecho de ser argentino, tenía derecho a estar en Francia como turista durante tres meses sin que nadie me preguntara nada. El problema era solucionar los tres meses restantes. El miedo que me generaba quedarme sin papeles era que a algún representante del orden se le ocurriera pedirme documentos, lo que haría que me mandaran de vacaciones a un centro de detención hasta el momento en que me subieran a un avión y me devolvieran a casa y que me prohibieran por diez años volver a pisar suelo francés. Para nosotros que deseamos abrirnos las puertas del mundo, esto último no nos hacía mucha gracia. Además no me gustan los tours turísticos organizados.
Por un conocido, extranjero también, supimos que él había resuelto un problemita parecido pidiendo una extensión de su visa de turista.
Inmediatamente me agencié a la prefectura y pregunté en todas las oficinas, incluso la de permisos de conducir y la caja, por la existencia de dicha extensión y siempre obtuve la misma respuesta: la extensión de visa de turista, no existe.
Finalmente supe que tenía que hablar con la señora S, y que ella era la encargada de decidir si te daba la extensión o no, La decisión dependía básicamente de qué pie había utilizado para salir de la cama esa mañana.
Hablamos con ella y jurándole y perjurándole que después de esos seis meses de estadía en Francia me iba y, prácticamente, no volvía nunca más, logramos obtener una posible esperanza de lograr nuestro objetivo. Pero tenía que presentar algunos papeles. La cita quedó pendiente unos días antes a que se me acabara la visa de turista, es decir, los primeros tres meses, llamada telefónica mediante.
El fin de mi visa cayó justo en las vacaciones de esta señora, con lo cuál, por más que gastara mis dedos tecleando su número telefónico, no podía contactarla, por lo tanto no podía tener la cita, por lo tanto no tenía extensión de visa, por lo tanto pronto iba a estar en estado irregular, como dicen técnicamente. Luego de mucho llorar como una Magdalena, alguien de la oficina cedió y me dio una cita con la señora S el primer día de su regreso al trabajo.
Daba un poco de miedo, primero, porque era dos días después de estar en situación irregular firmemente declarada, y segundo, porque el primer día de alguien después de las vacaciones no es bueno para esperar un destello de caridad.
Así que llegué a la cita con el rabo entre las patas, como perro que había meado en las rosas de la abuela. Yo esperaba encontrarme con dos gendarmes grandotes con la cabeza rapada ansiosos por llevarme de paseo a lugares recónditos. Pero no. Estaba ella, con su cara de chupar caramelo sabor a mierda, que apurada y un poco sacándome de encima me reclama todas las cosas que me había pedido y haciendo un gesto por la molestia que le causaba no tener más tiempo para joderme la vida, sacó de un cajón de su escritorio, un sello gigante, del tamaño de mi pasaporte, donde decía: Prolongation visa touristique. Selló, firmó, aclaró y me despidió sin dejar de prevenirme que sólo tenía tres meses más de visa.
Al final, eso fue todo.
Siempre es posible encontrar una solución y nunca es una empresa imposible.
El personaje de Hugo Varela finalmente sale de su percance limpiándose el culo con su corbata de seda color rojo punzó. A mí me solucionaron un problema abriendo un cajón mágico de donde salen sellos que no existen.
Espero que las autoridades encuentren el cajón mágico para no dejar sin papel(es) a esa gente. Sobretodo porque hay un montón de chicos en situación de calle y no existe ley, ni derecho celestial, ni crisis económica, ni nada que justifique maltratarlos de absolutamente ninguna manera.
Y si no son capaces de encontrar la solución…

que se limpien el culo con sus corbatas de seda!!!
(Publié dans le livre de Cephisa Kartonera "Le village" en soutien aux sans-abris de la place de Jaude à Clermont-Ferrand)

En Argentine, un auteur-compositeur-interprète comique, Hugo Varela, a composé un tango très drôle intitulé "No hay papel" (Il n’y a pas de papier). Les paroles de ce tango racontent l’histoire d’un homme qui entre dans une boutique de cravates avec l’unique intention de conquérir la vendeuse. Nous ne savons pas s’il réussit sa conquête, mais monsieur Varela relate que le susdit sort du magasin en possession d’une jolie cravate en soie rouge vermeil. Poursuivant sa promenade dans le quartier, soudainement et sans avertissement préalable, il est pris d’une envie incommensurable d’aller aux toilettes. Il était en train de faire dans son froc. Il entre au bar du coin et, pressé et sans demander la permission, il passe directement aux toilettes. Mouvements brusques et précipités. Serrage de dents. Gouttes de sueur glissant sur les tempes. Contraction de muscles. Explosion irrépressible. Puis, comme après un orage d’été, la tranquillité, le soupir profond et le sourire satisfait de l’homme qui a réalisé ce qu’il devait réaliser. Mais voilà que dans ce petit habitacle intime et froid, et dans cette situation quelque peu inconfortable, il découvre la triste réalité : il n’y a pas de papier.
Il faut se tirer d’affaire d’une manière ou d’une autre. Comment sortir de tel embarras ? Vous imaginez-vous dans pareille situation ?
La seule échappatoire est de s’habiller et de rentrer dans cet état à la maison pour pouvoir s’essuyer. C’est pratiquement comme s’être fait dessus. Tu dois marcher comme Lucky Luke, tu sens que le caleçon te colle au trou de balle et tu as cette sensation d’être tombé le cul dans la boue. Pas question de penser à s’asseoir. Ce serait une catastrophe. En plus, tu commences à avoir des démangeaisons dans le cul et tu ne veux pas te gratter pour ne pas empirer les choses, et tu as aussi la sensation que quelque chose commence à glisser le long de ta jambe gauche. Tu es tellement parano que tu sens que de ton être émane une odeur de merde irrespirable, pire que celle qui va sortir de l’incinérateur de Clermont-Ferrand, et que toutes les personnes qui t’entourent te regardent avec dégoût tout en s’écartant prestement de toi.
Eh bien, c’est comme ça que se sent un étranger sans papiers.
Nous sommes en septembre et nous pourrions déjà déclarer la mort de l’été auvergnat. Il fait froid dans la rue, il y a des nuages et il pleut. Et sur la Place de Jaude, vivant sous des tentes, avec deux toilettes chimiques, sans douche, sans aucun confort, 370 étrangers sans papiers attendent une réponse affirmative à leur demande d’asile. Et parmi toutes ces personnes, il y a environ 180 gamins.
Je sais ce qu’on sent quand on est sans papiers. Heureusement, pour moi cela s’est bien terminé et ça n’a duré que deux jours. Mais j’ai connu cette petite gêne dans l’estomac.
J’étais venu pour être aux côtés de ma petite amie française pendant six mois. Parce que je suis argentin, j’avais le droit d’être en France en tant que touriste pendant trois mois sans que personne ne me pose de question. Le problème était de trouver une solution pour les trois mois suivants. La peur que j’avais de me retrouver sans papiers était qu’un représentant de l’ordre ait l’idée de me demander mes papiers, ce qui aurait pour effet de m’envoyer en vacances dans un centre de rétention en attendant qu’ils me fassent monter dans un avion pour me renvoyer chez moi et qu’ils m’interdisent de fouler le sol français pendant dix ans. Pour nous qui désirons nous ouvrir les portes du monde, cette dernière chose ne nous réjouissait guère. De plus, je n’aime pas les voyages touristiques organisés.
Une personne de notre connaissance, étrangère elle aussi, avait résolu un petit problème semblable en demandant une prolongation de son visa de touriste. Je me suis immédiatement présenté à la préfecture et j’ai demandé dans tous les bureaux, jusqu’à celui des permis de conduire et à la caisse, des renseignements sur l’existence de cette prolongation. J’ai à chaque fois obtenu la même réponse : la prolongation de visa de touriste n’existe pas.
J’ai finalement réussi à savoir qu’il fallait que je parle avec madame S. et que c’était elle qui était chargée de décider d’accorder ou non la prolongation, la décision dépendant simplement du pied avec lequel elle s’était levée le matin en question.
Nous avons parlé avec elle et, lui jurant nos grands dieux qu’après ces six mois de séjour en France je partirais pour ne pratiquement jamais revenir, nous avons réussi à obtenir un possible espoir d’atteindre notre objectif. Mais je devais présenter quelques papiers. Le rendez-vous était donc remis à quelques jours avant la fin de validité de mon visa de touriste, c’est-à-dire, des premiers trois mois, mais je devrais téléphoner à ce moment-là pour convenir du rendez-vous.
La fin de mon visa tomba tout juste pendant les congés de cette dame, ce pour quoi, ayant beau user la pulpe de mes doigts à taper son numéro de téléphone, je n’arrivais pas à la joindre, je ne pouvais donc pas avoir le rendez-vous, je n’avais donc pas de prolongation de visa et j’allais donc bientôt être en situation irrégulière, comme ils disent techniquement. Après avoir beaucoup pleuré comme une Madeleine, une personne du bureau a cédé et m’a donné rendez-vous avec madame S. le premier jour de son retour.
Cela faisait un peu peur, d’abord parce que c’était deux jours après le début de ma situation irrégulière fermement déclarée, en ensuite, parce que le premier jour de reprise de travail après les vacances n’est pas idéal pour espérer un soupçon de charité.
Je suis donc arrivé au rendez-vous la queue entre les jambes, comme un chien qui aurait pissé sur les roses de grand-mère. Je m’attendais à trouver deux grands gendarmes crâne rasé impatients de m’emmener en promenade dans des endroits reculés. Mais non. Elle était là, faisant la tête de celle qui suce un bonbon parfum merde ; pressée et voulant un peu se débarrasser de moi, elle me réclama tout ce qu’elle m’avait demandé et, d’un geste signifiant l’embêtement que lui causait le fait de ne pas disposer de plus de temps pour me pourrir la vie, elle sortit d’un tiroir de son bureau un tampon énorme, de la taille de mon passeport, disant : Prolongation de visa touristique. Elle tamponna et signa puis me renvoya sans oublier de me prévenir que je n’avais que trois mois de plus de visa.
Finalement, ce fut tout.
Il est toujours possible de trouver une solution et ce n’est jamais une entreprise impossible.
Le personnage d’Hugo Varela se tire finalement de son mauvais pas en se nettoyant le cul avec sa cravate en soie rouge vermeil. Moi, ils m’ont résolu mon problème en ouvrant un tiroir magique d’où sortent des tampons qui n’existent pas.
J’espère que les autorités trouveront le tiroir magique pour ne pas laisser ces gens sans papiers. Surtout parce qu’il y a beaucoup d’enfants qui se retrouvent dans la rue, et parce qu’il n’existe aucune loi, aucun droit divin, aucune crise économique ni rien d’autre qui puisse justifier qu’on les maltraite d’aucune manière que ce soit.
Et s’ils ne sont pas capables de trouver la solution…

qu’ils s’essuient le cul avec leurs cravates en soie !!!

Aucun commentaire:

Enregistrer un commentaire